Aunque normalmente asociamos los probióticos con la salud digestiva, la realidad es que sus efectos van mucho más allá del intestino. En los últimos años se ha descubierto que el equilibrio de bacterias beneficiosas en la boca y la garganta influye directamente en cómo nuestro cuerpo responde frente a infecciones respiratorias. Y es que nuestras mucosas no funcionan como compartimentos aislados: están conectadas entre sí, formando una red de defensa que depende en gran parte de lo que sucede a nivel microbiano.
La microbiota de la boca también cuenta.
Cuando pensamos en microbiota, lo primero que viene a la cabeza es el intestino, con sus miles de millones de bacterias trabajando para digerir alimentos y mantenernos sanos. Pero la boca alberga otra comunidad igual de importante. De hecho, es una de las zonas con mayor diversidad bacteriana de todo el cuerpo. Aquí conviven desde bacterias que nos protegen hasta otras que, si se descontrolan, pueden causar caries, gingivitis o incluso abrir la puerta a enfermedades más complejas.
La clave está en el equilibrio. Cuando este se rompe, ya sea por una dieta desequilibrada, el estrés, cambios hormonales o el uso continuado de enjuagues antibacterianos, las bacterias patógenas ganan terreno. Esto no solo afecta a los dientes o las encías, también puede tener repercusiones en la garganta, las vías respiratorias superiores e incluso el oído medio. En otras palabras: si la microbiota oral se desajusta, se vuelve más fácil que aparezcan infecciones respiratorias frecuentes o procesos inflamatorios crónicos en esta zona.
¿Qué importancia tienen los probióticos orales en todo esto?
Los probióticos orales se presentan normalmente en forma de comprimidos para chupar, sprays o pastillas masticables, y su objetivo es colonizar de forma transitoria la cavidad bucal con cepas bacterianas específicas que han demostrado ser capaces de convivir con las bacterias ya presentes, pero aportando beneficios.
Estas cepas no se eligen al azar. Algunas de las más utilizadas pertenecen a géneros como Streptococcus salivarius, Lactobacillus reuteri o Lactobacillus rhamnosus, seleccionadas por su capacidad para reducir la presencia de microorganismos causantes de infecciones como Streptococcus pyogenes (implicado en faringitis) o Haemophilus influenzae (relacionado con otitis y bronquitis).
Lo más interesante es que estas bacterias “buenas” no actúan solo por competencia. Algunas producen sustancias antimicrobianas específicas (como bacteriocinas o peróxidos) que inhiben directamente a los patógenos. Otras estimulan la respuesta inmune local, favoreciendo la producción de inmunoglobulina A, que actúa como una primera barrera frente a virus y bacterias que intentan colarse por la vía respiratoria.
Prevenir es más fácil que curar.
El uso regular de probióticos orales puede ayudar a reducir la frecuencia de infecciones de garganta, otitis media y resfriados comunes, especialmente en personas que suelen estar expuestas a entornos con alta carga viral o bacteriana, como profesores, sanitarios o quienes trabajan con niños pequeños.
Varios estudios realizados en centros escolares han mostrado que los niños que consumen probióticos orales a diario durante ciertas épocas del año presentan menos episodios de faringitis y menos días de ausencia por enfermedad. También se han observado beneficios en personas con tendencia a las amigdalitis de repetición, ayudando a mantener la zona orofaríngea más protegida frente a la colonización de patógenos.
Estos productos no sustituyen a un antibiótico cuando ya hay infección, pero sí son muy útiles para evitar que esa infección aparezca o reaparezca. Es lo que se conoce como modulación de la microbiota para mejorar la resiliencia del huésped, es decir, del propio cuerpo.
La boca, una estación de paso para virus y bacterias.
En la práctica diaria es común pensar que los resfriados, las gripes o las bronquitis empiezan en la nariz, pero muchas veces el primer lugar donde se instalan los virus respiratorios es la garganta. Ahí se encuentran con las bacterias que viven de forma habitual en la mucosa, y dependiendo de la composición de esa comunidad, les costará más o menos replicarse.
Si hay cepas protectoras que bloquean su entrada o dificultan su reproducción, el sistema inmunitario gana tiempo para responder. Si por el contrario predominan bacterias que no colaboran o incluso favorecen la inflamación, el virus tendrá vía libre y las defensas llegarán tarde.
Aquí es donde los probióticos orales destacan: actuando justo en ese momento inicial en el que todo empieza. No eliminan los virus directamente, pero pueden modificar el terreno para que les resulte más difícil avanzar.
El efecto barrera de la inmunoglobulina A.
Uno de los mecanismos inmunológicos más interesantes en los que influyen los probióticos orales es la estimulación de la producción de IgA secretora. Esta inmunoglobulina no actúa como los anticuerpos en sangre, sino que se encuentra en mucosas como la nasal, oral y respiratoria, formando una especie de escudo que recubre estas superficies y dificulta que los patógenos se adhieran.
Cuando se administra un probiótico oral con la cepa adecuada, se ha visto que el nivel de IgA en saliva puede aumentar notablemente, sobre todo si el consumo se mantiene durante varias semanas. Esto es especialmente relevante en épocas como el otoño o el invierno, donde la circulación de virus respiratorios es mucho más intensa y las mucosas tienden a resecarse por el frío o la calefacción, quedando más expuestas.
El vínculo entre intestino y pulmones.
Aunque el foco está en la boca, no podemos olvidar que también existe una conexión interesante entre el intestino y el sistema respiratorio, conocida como el “eje intestino-pulmón”. Esta relación hace que los probióticos administrados por vía oral (pero que actúan a nivel intestinal) puedan también influir en la respuesta inmunitaria de los pulmones.
Esto sucede porque muchas de las células del sistema inmune que circulan por la sangre se activan en el intestino, donde reciben señales de las bacterias que habitan allí. Una vez activadas, pueden desplazarse a otros órganos, incluidos los pulmones, y mejorar su capacidad defensiva frente a agentes infecciosos.
Dicho de otra forma, mantener una microbiota intestinal sana también puede traducirse en una menor susceptibilidad a infecciones respiratorias, ya que el sistema inmune estará más afinado y responderá con más rapidez y precisión.
Probióticos y virus respiratorios: ¿pueden ayudar frente a la gripe o el COVID?
Aunque no se trata de tratamientos específicos para enfermedades como la gripe o el COVID-19, cada vez hay más estudios que apuntan a que el estado de la microbiota, tanto oral como intestinal, puede influir en la gravedad de estas infecciones. Algunas investigaciones han encontrado que los pacientes con un microbioma más diverso y equilibrado presentaban síntomas más leves y una recuperación más rápida.
En este sentido, los probióticos orales pueden ser un apoyo complementario, no sustituyendo a vacunas ni medicamentos, pero sí contribuyendo a reforzar esa primera línea de defensa que supone la mucosa respiratoria.
Desde Probactis recomiendan que el uso de cepas probióticas específicas sea siempre sostenido en el tiempo y preferiblemente supervisado por un profesional, sobre todo cuando se trata de personas con un sistema inmunológico debilitado o antecedentes de infecciones frecuentes.
La elección de la cepa sí importa.
Uno de los errores más comunes a la hora de tomar probióticos es pensar que todos sirven para lo mismo. En realidad, cada cepa tiene unas propiedades concretas, y no todas son eficaces para todas las situaciones. Por ejemplo, una cepa útil para reducir gases o digestiones pesadas no necesariamente será adecuada para proteger la garganta frente a un virus.
Por eso es importante fijarse en el etiquetado y comprobar que el producto contiene cepas con evidencia científica para la función deseada. Algunas de las más conocidas para la salud respiratoria son Streptococcus salivarius K12, Lactobacillus rhamnosus GG, Bifidobacterium lactis o Lactobacillus casei Shirota. Cada una actúa de manera distinta, pero todas tienen en común que pueden aportar una mejora en la protección mucosal si se administran correctamente.
Cómo tomarlos para que funcionen de verdad.
No basta con tomarse un probiótico de vez en cuando para notar resultados. Estos productos necesitan constancia. Lo ideal es consumirlos a diario durante un mínimo de 3 a 4 semanas para permitir que las bacterias se instalen (aunque sea de forma temporal) en la zona deseada. También es importante mantener la pastilla el tiempo suficiente en la boca, ya que muchas veces se consumen sin dejar que actúen localmente.
En caso de que se utilicen en niños, existen formatos adaptados como sobres, gotas o comprimidos masticables, pensados para facilitar su administración sin riesgo de atragantamiento. En cualquier caso, lo recomendable es consultar al pediatra si se pretende usarlos de manera prolongada o en menores de tres años.
¿Son seguros para todo el mundo?
En general, los probióticos orales tienen un perfil de seguridad bastante bueno, ya que se trata de bacterias que en la mayoría de los casos ya forman parte del ecosistema natural de la boca. Aun así, en personas inmunodeprimidas o con tratamientos inmunosupresores debe valorarse su uso con más precaución, ya que, aunque poco frecuente, podría haber riesgo de infecciones oportunistas si se altera alguna barrera mucosa.
También es recomendable evitarlos si hay úlceras bucales abiertas o tratamientos con antibióticos locales en la boca, ya que podrían interferir en su efecto o ser eliminados sin llegar a cumplir su función.